Ignacio Mendía, el artista que quería ser poema

“Poemeame, dale poemeame así” exclama Ignacio Mendía ante un auditorio que lo mira extasiado,  es un aria sensual que impulsa a un grupo de personas a tomar fibrones y descargar una terrible energía escribiendo frases sobre los vidrios del bar La Guagua en la muestra del Cocktail#17. El  “acto poético” que se desprende de la acción es un muro visual transparente que refleja las emociones colectivas del momento en una mezcla de caligrafías, palabras, colores y significados. El público pierde el miedo, se anima, cobra valor escuchando el sonido desacralizado que parte de la garganta de Mendía al filo de ¡Poemea!¡Poemea! Todos son poetas o brazos de un poeta prestidigitador que compone una obra coral desde un escenario.

Poema Ignacio Mendía

Ignacio Mendía también bucea alrededor de la poesía expandida en su muestra «¿A que habré venido a este poema a esta hora?«que presentó en La Torre de Villa Victoria. Empleando diversas técnicas y medios expresivos como vídeos, instalaciones, performance y grabados,  explora los límites de la poesía en una tensión entre la obra como objeto y como proceso que genera una desmaterialización del acto mismo de «poemear», como él describe a la acción poética»
En la performance que tuvo lugar durante la muestra en Villa Victoria, el poema se transforma en un sujeto, una entidad a la cual el artista interroga por su forma física con un diálogo íntimo y por momentos apasionado como dos amantes que inician una relación en donde comienzan a descubrirse mutuamente. Pero la relación con el poema también actúa como una huella que describe los fracasos, las angustias y los deseos del artista. Es un reflejo de su vida o podría argumentarse que es su propia vida. Durante la acción performática el público tiene una participación directa recitando poemas al azar que les entrega el artista mientras representa con su cuerpo el contenido de los mismos.

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Además de explorar el terreno teatral  Mendía también apela a diferentes métodos visuales de expresión. Mediante un laboratorio personal de impresión, compuesto por  sellos tipográficos con letras en sus caras, graba diversos textos en tinta roja sobre papel blanco. La palabra poema es un fetiche que se despliega en todas las piezas, algunas son pequeños versos libres que por momentos salpican el absurdo  para subvertir el «pathos» dramático que parece envolver al género literario como el texto «Me hago poema encima». En otras composiciones las palabras se comportan como capas superpuestas una sobre otra dejando manchones rojos de una expresiva carga pictórica. Tal vez uno de los trabajos más cercanos a la poesía como representación visual del espacio es la figura de un cometa o meteorito con su estela de luz compuesto por decenas de  papeles recortados con la palabra «poema» impresa en una de sus caras. Una hermosa imagen metafórica pensando que los cometas son portadores de destrucción pero también de vida, una bola de fuego que es un sueño, una quimera, un fósil cósmico que trae un mensaje desde las profundidades del espacio.

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Ignacio Mendía es un artista intenso, interdisciplinario, transmediático que produce una obra en apariencia sencilla, atractiva pero con una estructura sólida que invade el aire de interrogantes. Partiendo desde los bordes explora su mundo hasta  alcanzar lentamente el abismo oscuro del centro, el cual esconde algo dormido que descansa en la profundidad de cada individuo. Como un director de climas sensoriales maneja todos los tiempos emocionales, sus trabajos por momentos desgarran, a  veces salpican la ironía y en otras sacuden los escombros del corazón para dejarnos desnudos sin aliento. Lentamente comprobamos que asistimos a un proceso de metempsícosis por el cual el artista trasciende desde un plano de poeta para convertirse en poesía pura, tal como describe Jaime Gil de Viedma con hermosas palabras «Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema…»

Renassense, el Cocktail #18 con Sergio Colavita y Facundo Miranda

Renassense me pareció un término hermoso para describir la muestra 18 de la Galería Cocktail. Indudablemente el proceso de producción de Sergio Colavita y Facundo Miranda evoca una especie de acción renovadora en donde los materiales parecen vencer un destino marcado por el olvido, la desaparición o incluso algo peor como la indiferencia absoluta.  La transformación no solo está relacionada con su aspecto, sino también con un sentido distinto al cual el sistema de producción puso en su destino. El cambio por supuesto alcanza al artista en un proceso de constante evolución hacía una vida nueva con cada nueva creación.

Sergio Colavita construye objetos emplazados en superficie planas que inclina en forma de rombos, son piezas muy luminosas y de un fuerte placer visual. Entre los materiales predominantes encontramos el vidrio, pero a diferencia de otras obras que vimos anteriormente, en este caso no emplea pequeños recortes, sino placas más grandes con algunos relieves, también encontramos combinaciones con otros materiales brillantes como el metal.  La decoración es recargada, barroca y como señalamos antes con mucha luz, por momentos parece que estamos contemplando una especie vitroux de un extraño culto. Lo fragmentario juega también un papel importante, con ensambles, con profundidades y proporciones geométricas.

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Por su parte Facundo Miranda sigue profundizando en sus propuestas con esculturas, objetos e instalaciones que surgen del apoderamiento que hace de restos de maderas y sogas. Una constante en sus trabajos es la tensión en la cual permanecen los materiales, un poco desafiando el equilibrio y por otro lado entregando una especie de alegoría a la comunidad como vínculo de pares. Sobre una tabla inclinada vemos agrupados varias piezas de madera, la escena  provoca una clara imagen de suspensión, parece que van a caerse en cualquier momento, pero una presión invisible producto de la fuerza de los elementos que intervienen las agrupan contra el destino de una caída segura.

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El ensamblado de las diferentes partes  cuenta historias perdidas, vidrios y maderas murmuran una segunda vida, un relato que esconde una resurrección tal vez de características profanas, pero no por ello más fascinantes. El poder del arte para transformar la materia en su dimensiones formales, estéticas y perceptivas. Y por supuesto para modificar nuestra mirada, la de los espectadores.