Fue color de rosa
Y me siento tan feliz Que cualquier día gris
Es color de rosa»
Edith Piaff
El 29 de febrero me trasladé hasta el mítico espacio de Mundo Dios en el puerto de Mar del Plata para formar parte de un evento apasionante, me refiero por supuesto a la procesión que traslada El Virgen hasta su ermita ubicada en la paradisíaca playa Verde Muro en el sur de la ciudad. El Virgen es una obra artística muy particular iniciada por Juan José Souto el 29 de febrero de 2004, la misma conjuga una especie de culto de adoración que mezcla esencias paganas y populares concentradas alrededor de la figura de un santo que tiene el rostro del mismo artista, viste ropas rosas y ostenta atributos identificado con las playas y las costas de Mar del Plata. El trabajo en si tiene una complejidad estética que resulta sumamente interesante, en primer término pienso en su estado de proceso abierto, no tiene previsto un final por lo tanto es una obra que está en una permanente elaboración con una identidad que se consolida a lo largo del tiempo.
Los acólitos, feligreses, peregrinos o como quieren designar al grupo de hombres y mujeres que participan de la experiencia se agolparon alrededor de las cinco de la tarde en la esquina de 12 de octubre y la Avenida de los Trabajadores engalanados de rosa, desde pantalones, remeras hasta accesorios diversos con un gesto cómplice de hermandad. El Virgen contiene indudablemente un mensaje provocador apelando con ironía a ciertos valores que circulan en la sociedad, por ejemplo en los rituales plagados de erotismo que contrastan con el sacrificio, el dolor y la culpa que profesan las religiones dominantes, y por supuesto el color rosa que identifica a veces de manera peyorativa lo femenino, la comunidad gay, la sensibilidad romántica, lo kitsch, es un tono bastardeado que al estar presente en las vestimentas de un hombre con hábitos de santo causa un rictus ácido de incorrección.
La expectativa crece a medida que se acerca el momento de partir hacía la ruta del santuario, se evidencia una intensa algarabía, es el comienzo de un nuevo ciclo que se repite cada cuatro años. Se disparan un par de fotos para registrar el momento, hay sonrisas y una tensión espiritual que dinamita el aire distendido que reina en el lugar. Partimos desde el Puerto en el maravilloso 221, el colectivo con el circuito más hermoso que recorre toda la costa de Mar del Plata. Durante el trayecto Juan José Souto me cuenta la historia apócrifa de la creación de su obra «Cuando viajaba por las rutas en un camión veía la figura del Gauchito Gil en la ruta y pensé en hacer un santo con mi rostro para rezarle y pedirle cosas» Una frase resuena con intensidad en mi mente: «El Virgen sos vos»Empiezo a comprender la idea, el poder de los milagros está en cada persona. Pasaron doce años desde aquella primera procesión y los artistas de la ciudad se apropiaron de su figura en una especie de parodia de un culto religioso. El proyecto de Souto logró de esta manera trascender la esfera personal del artista para expandirse y multiplicarse con una marcada evolución producto de diferentes elementos que aportaron los seguidores enriqueciendo, reforzando y colaborando en el desarrollo de una cosmogonía envuelta dentro del mito fundacional de Mundo Dios.
El punto de destino donde descendemos del colectivo es la playa de Verde Muro, una reserva autogestionada por los vecinos del lugar, allí Souto nos conduce por un sendero cubierto de vegetación hacia un paisaje con médanos en donde la arena densa es testimonio de las huellas que los fieles dejan a su paso en el camino hacia un pequeño peñón en la punta de un barranco donde se puede divisar la ermita rosa que albergará el santuario destinado para El Virgen. Cuando arribamos al lugar se produce una especie de silencio que mezcla la admiración, la emoción y el respeto; aunque no logro procesarlo por completo me siento hermandado con el paisaje que tiene una vista fabulosa. A partir de entonces comienza el ritual por el cual se entregan ofrendas y exvotos elaborados por los seguidores como muestras de simpatía y devoción.
La ceremonia se completa con el encendido de velas rosas que cada uno hace ante la figura pidiendo por favores o agradeciendo por aquello que se concedió. Daniel Basso parte una de sus velas y la comparte conmigo, me inclino para encenderla, para mi hasta ese momento era una experiencia artística, pero debo confesar que al realizar ese acto simbólico se necesita la templanza de un témpano para no sentir una extraña sensación de paz que recorre todo el cuerpo hasta estremecer ese espacio por fuera de lo orgánico que podríamos denominar como espíritu, alma o ser interior. Con humildad solicité un favor para mi y para el resto de los artistas, también agradecí poder estar formando parte de ese momento.
Al finalizar la ceremonia quedan unos segundos para distenderse y contar historias azarosas de los milagros generados por el Virgen, surgen anécdotas graciosas y charlas mundanas que forman parte de lo esencial del hombre; reina una fiesta que exalta el amor, la alegría y el exceso de placer, porque la maquinaría que se pone en marcha es una reivindicación de la vida. Por las venas de los acólitos corre la pureza de una sangre rosa que mezcla gratitud con un eléctrico sentimiento de algarabía por compartir unos dones maravillosos, el poder de la creación y de la sensualidad.